
Quien como yo creció en Bogotá en los años ochenta recuerda bien las casetas de esquina, pintadas con los colores de la bandera del distrito, rayas rojas y amarillas.
En esas casetas vendían de todo hay quien diga que hasta droga y no lo dudo, lo cierto es que en la vida agitada de la ciudad había espacio para una pausa, en estas casetas era siempre posible parar para unas onces callejeras, desde el delicioso choco-break hasta un periódico pornográfico se podía comprar.
En las calles de Bogotá aprendí mucho de nuestra idiosincrasia aquella que se veía en Don Chinche pero a la cual no se tiene acceso por la famosa historia de la seguridad, la verdad me escapaba de vez en cuando de mi barrio donde no habia casetas de rayas sino cafés sofisticados a imitar los cafés parisinos, y quien los frecuentaba estaba siempre convencido que tomaba café en los campos elisios, en esas escapadas por el mundo real o por la "Bogotá Oculta" como siendo irónica muchas veces me referí, a esos trozos de ciudad, que no me pertenecen pero que son muy auténticos, encontraba las casetas de rayas y otras cosas, como los puestos ambulantes de San Victorino que vendían esa gallina amarilla brillante que me hacia claramente sentir en el medio de un mundo sórdido y malvado.
Tendría siete años cuando acompañaba a mi papá al almacén de telas que era de mi abuelo, mi papá salia a las nueve y media de la noche en pleno San Victorino iba siempre con una mano en el bolsillo cuidando la plata de las ventas del día y la otra mano apretaba la mía mientras caminábamos con alguna velocidad hacia el parqueadero esa Bogotá sórdida que se ve en el centro marcó mi relación con la ciudad, subíamos por la calle 22 donde veía las prostitutas paradas atrás de una reja atravesábamos la caracas en medio de carros busetas y raponeros.
Si, esa también es mi ciudad, una ciudad hostil y peligrosa atrás se quedaban los jardines del museo del chico, la carrera quince en pleno auge comercial para conocer el otro lado de mi ciudad, esos contactos en la infancia me hicieron entender desde muy joven que Bogotá es una ciudad encantadora con secretos perversos y atributos visibles una ciudad que se ama o se odia pero a la cual nunca se puede ser indiferente, yo la amo.
Muy niña me acuerdo de ir muchas veces con mi abuelo al palacio de Nariño para ver el cambio de guardia, el batallón guardia presidencial cambiaba de turno a las cinco de la tarde mi abuelo Antonio me llevaba de la mano después caminábamos por la plaza de Bolívar y terminábamos de compras en el LEY ahí yo podía comprar todo aquello quería.
Volviendo al tema de las casetas de rayas siendo ya estudiante universitaria época en la cual los gustos son mas refinados y las ganas del café parisino son mas intensas me acuerdo de parar con un amigo muy bogotano uno de aquellos orgullosamente rolo, paramos en una caseta para comer cualquier cosa eran casi las seis de la tarde y teníamos hambre, yo por norma en la calle no como nada que no sea de paquete y de marca conocida, en la vitrina había huevos duros, cardenales rojo intenso y arepas gruesas y muy blancas, nada que me provocara, mi amigo me preguntó quiere comer lo que come un obrero a esta hora? yo con miedo dije, bueno si no me gusta se lo come usted me sirvieron un Mojicón con Colombiana que delicia! un sabor único tan autentico como el olor a fritanga en la entrada sur del Campin.
Para consuelo mio el mojicón es tan común en el mundo como el café, aquí en Portugal se llama Pão de Leite, traduciendo pan de leche y si en las calles bogotanas sabe bien con colombiana aqui sabe a gloria en los días de playa en pleno verano "no famoso lanche das cinco da tarde"
En esas casetas vendían de todo hay quien diga que hasta droga y no lo dudo, lo cierto es que en la vida agitada de la ciudad había espacio para una pausa, en estas casetas era siempre posible parar para unas onces callejeras, desde el delicioso choco-break hasta un periódico pornográfico se podía comprar.
En las calles de Bogotá aprendí mucho de nuestra idiosincrasia aquella que se veía en Don Chinche pero a la cual no se tiene acceso por la famosa historia de la seguridad, la verdad me escapaba de vez en cuando de mi barrio donde no habia casetas de rayas sino cafés sofisticados a imitar los cafés parisinos, y quien los frecuentaba estaba siempre convencido que tomaba café en los campos elisios, en esas escapadas por el mundo real o por la "Bogotá Oculta" como siendo irónica muchas veces me referí, a esos trozos de ciudad, que no me pertenecen pero que son muy auténticos, encontraba las casetas de rayas y otras cosas, como los puestos ambulantes de San Victorino que vendían esa gallina amarilla brillante que me hacia claramente sentir en el medio de un mundo sórdido y malvado.
Tendría siete años cuando acompañaba a mi papá al almacén de telas que era de mi abuelo, mi papá salia a las nueve y media de la noche en pleno San Victorino iba siempre con una mano en el bolsillo cuidando la plata de las ventas del día y la otra mano apretaba la mía mientras caminábamos con alguna velocidad hacia el parqueadero esa Bogotá sórdida que se ve en el centro marcó mi relación con la ciudad, subíamos por la calle 22 donde veía las prostitutas paradas atrás de una reja atravesábamos la caracas en medio de carros busetas y raponeros.
Si, esa también es mi ciudad, una ciudad hostil y peligrosa atrás se quedaban los jardines del museo del chico, la carrera quince en pleno auge comercial para conocer el otro lado de mi ciudad, esos contactos en la infancia me hicieron entender desde muy joven que Bogotá es una ciudad encantadora con secretos perversos y atributos visibles una ciudad que se ama o se odia pero a la cual nunca se puede ser indiferente, yo la amo.
Muy niña me acuerdo de ir muchas veces con mi abuelo al palacio de Nariño para ver el cambio de guardia, el batallón guardia presidencial cambiaba de turno a las cinco de la tarde mi abuelo Antonio me llevaba de la mano después caminábamos por la plaza de Bolívar y terminábamos de compras en el LEY ahí yo podía comprar todo aquello quería.
Volviendo al tema de las casetas de rayas siendo ya estudiante universitaria época en la cual los gustos son mas refinados y las ganas del café parisino son mas intensas me acuerdo de parar con un amigo muy bogotano uno de aquellos orgullosamente rolo, paramos en una caseta para comer cualquier cosa eran casi las seis de la tarde y teníamos hambre, yo por norma en la calle no como nada que no sea de paquete y de marca conocida, en la vitrina había huevos duros, cardenales rojo intenso y arepas gruesas y muy blancas, nada que me provocara, mi amigo me preguntó quiere comer lo que come un obrero a esta hora? yo con miedo dije, bueno si no me gusta se lo come usted me sirvieron un Mojicón con Colombiana que delicia! un sabor único tan autentico como el olor a fritanga en la entrada sur del Campin.
Para consuelo mio el mojicón es tan común en el mundo como el café, aquí en Portugal se llama Pão de Leite, traduciendo pan de leche y si en las calles bogotanas sabe bien con colombiana aqui sabe a gloria en los días de playa en pleno verano "no famoso lanche das cinco da tarde"