
Hay amores que no se olvidan nunca, como hay amores implícitos, amores con los que nacemos.
No me acuerdo cuando fue la primera vez que con conciencia y autonomía supe que tenia una grande pasión.
Desde que me acuerdo, he oído historias de estrellas, historias de grandeza, historias de mitos y tiempos dorados, yo viví el ultimo momento heroico de nuestra historia, es uno de los recuerdos más gratos que tengo, sirvió para convivir en familia y para compartir el gusto por alguna actividad.
Las tardes de domingo o las noches frías de los miércoles, ahí estábamos nosotros, más las hermanas León, los amigos, el extraño de pelo largo y el intruso rojo de turno.
Llegábamos al estadio tres o cuatro horas antes, hacíamos una fila interminable discutíamos con los policías de caballería, asistíamos a peleas entre revendedores y hasta que finalmente se abrían las puertas, entrabamos corriendo para encontrar un buen puesto, siempre en la tribuna occidental general costado norte, encima del camerino, extendíamos la bandera que mi abuela había hecho con tanto cuidado, aquella bandera de rayas azules y blancas única en el Campin aquella bandera que tantas veces salió en televisión, ansiosamente esperábamos el inicio del partido, el momento que los jugadores entraban en campo.
Era un momento de catarsis, confetis serpentinas papelitos para dar la bienvenida, antes del partido comenzar cantábamos, primero el himno de Colombia, después el himno de Bogotá, que nunca entendí muy bien la letra pero era altamente emocionante, se oían 57 mil personas a gritar Bogotá, Bogotá Bogotá.
Triunfos y derrotas como en todo... el partido acababa y nosotros salíamos a comentar la jugada genial, el robo de arbitro o el malvado verde que nos jodió, parada técnica en el corral para matar el hambre y después listos para la próxima jornada.
La época en que yo viví esta pasión fue una época de amores y odios radicales en Colombia o eras una cosa o eras otra, yo me preguntaba muchas veces cómo seria la vida vista desde el lado rojo o desde el lado verde, no!, no tendría una vida digna no seria feliz! respondía para mi.
Esos amores y odios pasaron las fronteras del deporte para entrar en una guerra regionalista que termino, nada más ni nada menos que asociada a la guerra de los carteles de la droga, fue una época de violencia sin medida donde ni el fútbol se escapo, yo la viví intensamente con la inocencia de una niña de 11 años, hoy 22 años después de esa época delirante y sin la inocencia de una niña me pregunto cómo fue posible no poner limites ? cómo fue posible que por un equipo de fútbol se cantase a favor de uno de los capos del narcotráfico?, así es la vida y así es lo que nos emociona ambiguo y con dos caras.
yo grite, cante, sufrí, lloré pero sobretodo fui feliz, muy feliz! por un amor, un amor loco y desmedido que vino en la sangre porque yo tengo sangre azul porque yo soy millonaria! y seré siempre!
En esta época de delirio di y me dieron abrazos inolvidables, construí relaciones de complicidad con mis hermanos, así como con mi papá, y para mi quedó para la historia la ultima vez que nos movimos juntos por amor, quedará para siempre el recuerdo del ultimo partido al que yo fuí.
Fue el estadio municipal de Girardot no me acuerdo contra quien, recuerdo que el pájaro Juarez nos salpico con agua porque el calor era infernal, ese campeonato fue suspendido porque la guerra y el odio así lo quisieron.
Fue el estadio municipal de Girardot no me acuerdo contra quien, recuerdo que el pájaro Juarez nos salpico con agua porque el calor era infernal, ese campeonato fue suspendido porque la guerra y el odio así lo quisieron.
Millonarios ganaría ese año la estrella 14